Los osos que bailan by Witold Szabłowski

Los osos que bailan by Witold Szabłowski

autor:Witold Szabłowski [Szabłowski, Witold]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2017-12-31T16:00:00+00:00


UN MACHETERO: YO CAMBIARÍA DE ESPOSA

José Mendoza, un apuesto mulato, se arrellanó en el asiento de atrás como si fuera el Rey de los Automóviles de Pequeña Cilindrada. Se subió a nuestro coche en la autopista que va desde Matanzas hasta Santa Clara, la así llamada Autopista Nacional. Al otro lado de las ventanillas de nuestro auto, que en ese tramo va prácticamente a cien por hora, pasan volando las sombras, especialmente largas a esa hora del día, de las palmeras. Dejamos atrás varias veces enormes plantaciones de caña de azúcar adonde trasladan a los obreros en unos grandes camiones Zil, de fabricación soviética. Al ver a sus compañeros, José grita en voz alta, agita los brazos y no cabe en sí de contento de ir con nosotros y no con ellos.

—Por primera vez voy en un coche que tiene dentro una máquina que produce frío. —sonríe sintiendo en su piel el soplo del aire acondicionado—. Al trabajo voy siempre apretujado como una sardina en lata. Trabajo en el Complejo Agroindustrial Fernando de Dios, una gran plantación de caña. Un Zil pasa cada mañana por los pueblos y nos recoge, y si no se estropea por el camino, llegamos a las ocho al trabajo.

—¿Es un buen trabajo?

—Es duro. La caña se corta con machetes. Me paso diez horas agitando el machete, con un pequeño descanso cuando más calor hace.

—¿Cuánto ganas?

—Diez dólares. Al mes.

—¿Es suficiente para vivir?

—Mi mujer también trabaja. Y yo me saco un dinero extra como albañil. Quitando la época de la zafra, puedo duplicar el sueldo, o incluso triplicar. Treinta dólares ya está bastante bien, ¿verdad? Aquí todo el mundo se busca algo extra. Mi hermano vende queso junto a la autopista. Mi cuñado revende clandestinamente gasolina del coche oficial. Mi tía cría pollos y los vende en el mercado de Holguín. Mi mujer les escribe a las personas que se lo piden las cartas a las autoridades y a la administración pública, y mi suegro le corta el pelo a la gente.

—¿Cambiarías algo en tu vida?

—Sí, cambiaría de mujer, porque la mía ya me tiene aburrido. Y de trabajo. Me gustaría trabajar más en la construcción y menos con la caña. Pero no me puedo quejar. No me van mal las cosas en la vida. Tampoco me quejo de la plantación. Es donde conocí a mi mujer y a mi amante. Primero a mi mujer. Trabaja de contable en nuestra central. Y hace poco conocí a Juana, una machetera del grupo de las mujeres. Preparamos juntos un diario mural para el ochenta cumpleaños de Fidel. Fuimos juntos a Holguín a buscar a un camarada de La Habana que dio un discurso sobre la importancia de la producción de caña de azúcar para la continuidad de la revolución. Hoy Juana y yo tenemos nuestra primera cita en Holguín.

—¿Y qué piensas de la salud de Fidel?

—¡Ojalá viva ciento cincuenta años! —se entusiasma José. Pero al rato se queda callado.

—¿Qué te ha pasado? —pregunto.

—Nada… ¿Sabes?, a veces no me es fácil salir de casa y escaparme a la ciudad.



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